Florencia Bathory 5° 9na
Para
comenzar, vamos a utilizar tres ejes en los que basarnos en nuestro
trabajo de crítica al modelo kirchnerista: el primero, el sistema
tributario argentino, regresivo desde el comienzo de la gestión; el
segundo, la pobreza estructural que el gobierno no ha logrado palear; y
el tercero, el tema instalado actualmente de la quita de los subsidios a
los servicios de energía.
Desde
que el gobierno kirchnerista asumió en 2003 con Néstor Kirchner a la
cabeza ha prometido ir en contra del modelo neoliberal aplicado desde
María Estela Martínez de Perón hasta el gobierno de la Alianza de De la
Rúa. Este cambio de timón fue hecho aplicando políticas de corte
keynesiano para, a fin de cuentas, fomentar el consumo de modo que
aumentara el dinamismo de la economía que se había visto estancada a
partir de la crisis de fines de 2001. Sin embargo, esto no implica que
el gobierno no se siga situando, así como en los 90, del lado del
capital, es decir, fomentando el aumento de la tasa de ganancia de los
empresarios, de la burguesía.
Desde
el 2003, cuando asumió Néstor hasta hoy en día, prácticamente el
sistema tributario argentino no ha sido motivo de revisión. En este
sentido, se hereda y mantiene un sistema impositivo regresivo basado
principalmente en impuestos indirectos tales como el IVA (Impuesto al
Valor Agregado). Un impuesto regresivo es, a grandes rasgos, un impuesto
que no fomenta la redistribución de la riqueza; y que sean indirectos
significa que se aplican igual sin diferenciación del poder adquisitivo
de la persona a la cual se le grava. El 70,4% de los gravámenes
argentinos son impuestos indirectos. Desde
mi punto de vista esto es algo que resulta contradictorio con el
discurso del gobierno “K” ya que no fomenta una redistribución de la
riqueza en pos de lo equitativo, haciendo que los pobres abonen el mismo
IVA, por ejemplo, que los de mayores ingresos cuando tienen que comprar
un producto de la canasta básica.
Un
gran problema con el que se tuvo que enfrentar el gobierno desde el
comienzo de su gestión, y todavía enfrenta, es un núcleo de pobreza
estructural que no puede insertarse en el ascenso de clase dado gracias
al fomento del consumo y al incipiente proceso de industrialización,
basado en el aumento de la plusvalía por vía absoluta (es decir por la
captación de la industria de más mano de obra para aumentar, al fin y al
cabo, la ganancia del empresario). Frente a esto, por ejemplo, el
gobierno aplicó la Asignación Universal por Hijo, el programa Conectar
Igualdad, el programa “Milanesas para todos”, intentando mejorar la
situación de estas personas sumergidos en estas condiciones. Sin
embargo, lo único que logra es “poner un parche” a este problema que se
da ya que el ascenso de clase hace que las clases que lograron ascender
comiencen a tener los mismos intereses de clase que las burguesías de
los países centrales, empezando a depender de esta pobreza estructural
para mantenerse en su sitio privilegiado. Gunder Frank cuando habla de
su Teoría de la doble dependencia,
justamente habla de esto; los países centrales necesitan de la pobreza
estructural de los africanos, latinoamericanos, asiáticos, etc. para
poder aumentar la tasa de ganancia de sus empresas mediante el empleo de
mano de obra más barata en condiciones precarias y sin conciencia de
clase. El ascenso de clase en la Argentina lo que hace es que sectores
de la burguesía argentina se sumen a los sectores burgueses de los
países centrales, creando otra dependencia pero dentro del país,
consiguiendo este aumento de la ganancia mediante el uso de mano de obra
en zonas de extrema pobreza y falta de educación, por ejemplo, Chaco,
Jujuy, etc. El kirchnerismo justamente no lo va a poder solucionar con
medidas como planes sociales, sino que se tiene que dar un cambio en el
capital que en sus 200 años de vida ha demostrado no poder ser capaz de
dar. Además, la aplicación de este tipo de medidas diferencia al sector
que lo recibe, fomentando cierto tipo de discriminación que ya existe
previamente en el conjunto de la sociedad pero que se ve potenciado por
la escisión de esta pobreza estructural del resto de la sociedad.
Como
tercer eje, la quita de los subsidios a la energía, al gas y al agua, a
las empresas de petróleo (además de a los usuarios regulares) implica
un aumento en los costos de capital constante para estas empresas,
obligando esto a que, para poder enfrentar la baja en sus ganancias,
tengan que aumentar la plusvalía y, con esto, los precios de los
productos que venden. Esto acarrea dos problemas, uno de orden social y
otro de índole más económica. El primero es que se aumenta el grado de
explotación de la fuerza de trabajo, por ejemplo, pagando salarios
míseros en relación a los aumentos de productividad o bajando
directamente los salarios, entre otros. El otro problema es que el
aumento en los costos del petróleo va a derivar en un aumento de las
naftas (capital constante para las empresas de servicios), lo que va a
causar que aumente el costo de los transportes, haciendo que, al fin y
al cabo, los bienes de consumo, tanto durables como básicos, aumenten su
precio, lo cual a su vez va a resultar en una baja relativa del
salario. Aquí se ve claramente cómo el Estado, a pesar de mostrar una
cara más humana y bienestarista, está, al fin y al cabo, por su esencia
misma, del lado del capital. Por eso, no le importa que las empresas,
para combatir la baja en su tasa de ganancia, tengan que aumentar sus
precios, repercutiendo esto en el grueso de la población. Como
contrapartida de esto, el gobierno acusará a las empresas de “querer
seguir ganando plata” cuando sabía claramente las consecuencias de la
quita de los subsidios y no haber tomado ninguna medida para evitar
estos aumentos, pudiendo el Estado intervenir en los precios, como lo
hizo Roosevelt en la primera etapa del New deal, de 1933.
A
modo de conclusión y basándonos en algunas similitudes entre la
industrialización kirchnerista y la peronista, considerando que en el
medio hubo un proceso de desindustrialización entre 1975 y 2001, podemos
decir que este ascenso de clase, basado en la acumulación por plusvalía
absoluta de la “renacida” burguesía industrial argentina, se va a
agotar, mutando en un proceso de acumulación basado en la acumulación de
plusvalía relativa (por ejemplo, comprando maquinaria en vez de
contratar más obreros) cuando la burguesía industrial devenga en
burguesía financiera, es decir, que se introduzca en los flujos de
capital internacional de modo de obtener ganancias más cuantiosas y
transformándose en empresas más modernas; todo esto sin olvidar, las
particularidades de la época en la cual estamos viviendo, donde muchas
de las empresas radicadas en Argentina son filiales de empresas
multinacionales. Por esto, es esencial distinguir entre las empresas
pequeñas y medianas que están naciendo con este proceso y las
internacionales ya radicadas. A modo de análisis social, podemos decir
que el kirchnerismo cuando ocurra esta transformación sufrirá una crisis
que podría superar beneficiando esta transformación de la burguesía
industrial argentina o desafiliándose de este proceso, quedando al
margen ya que no le sería más útil a las nuevas relaciones de clase del
nuevo proceso.
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